“Quién me iba a decir a mí, nacida en Mississippi en 1954, que estudié en una escuela segregada, que iba a llegar hasta aquí. Una niña pequeña y solitaria, que no recibía mucho amor a pesar de que su familia hizo lo que pudo. No supe lo que era el amor verdadero hasta que os encontré, a mi programa y a vosotros”.
Con esas palabras Oprah Winfrey echó la persiana el pasado mes de mayo a su ‘show’ 25 años y 4.561 emisiones después. Así resumía una vida marcada por una infancia humilde y traumática y un fulgurante ascenso al estrellato que la convirtió en el irrepetible icono que es hoy. A base de ambición, fue capaz de convertirse en la leyenda viva que es hoy.
Una dura infancia
Como toda historia de superación personal, la suya arranca con una infancia desdichada y una partida de nacimiento cuyo nombre, Oprah, resultaba tan impronunciable que terminaron cambiando el orden de las letras. Su madre, Vernita Lee, se quedó embarazada siendo una adolescente y ejerció de madre soltera mientras trabajaba como empleada doméstica.
La identidad de su padre continúa siendo un misterio. Aunque Oprah siempre pensó que Vernon Winfrey, un barbero que había trabajado en una mina de carbón, era su padre biológico, en 2003 Noah Robinson, un veterano de la Segunda Guerra Mundial, reclamó la paternidad de la presentadora. Ella nunca ha aclarado esta controvertida parte de su biografía. Pero el culebrón familiar no termina ahí.
Vernita tuvo tres hijos más con diferentes hombres: Patricia, que murió por su adicción a la cocaína en 2003; Jeffrey, que falleció en 1989 enfermo de sida, y otra niña más, también llamada Patricia, que Vernita dio en adopción en 1962 cuando Oprah estaba pasando una temporada con su padre –Vernon– en Nashville. La presentadora no supo de su existencia hasta 2010, cuando protagonizaron un lacrimógeno reencuentro con las cámaras de su talk show por testigo.
La necesidad fue el otro ingrediente de una infancia novelesca. Eran tan pobres, que su abuela le confeccionaba los vestidos con adustos sacos de patata y los niños se reían de ella en la escuela. Eso sí, aprendió a leer con tres años y en el barrio, todos la conocían como La predicadora, por su elocuencia cuando leía pasajes de la Biblia en la iglesia.
Abusos en la juventud
Pero llegó la adolescencia y con ella la rebeldía de una niña que le robaba dinero a su madre y utilizaba la picaresca para salirse siempre con la suya. Oprah era capaz de montar la escena más melodramática para conseguir que su madre le comprara un par de gafas nuevas. «Me inventé que alguien había entrado en casa, me había golpeado en la cabeza y había roto mis gafas. Llamé a la policía, me tumbé en el suelo y fingí amnesia».
Con 13 años, se escapó de casa. No era la pataleta de una niña malcriada. Un oscuro secreto se escondía detrás de un comportamiento errático. Cuando ya era una presentadora de éxito, Oprah confesó que había sufrido abusos sexuales desde los nueve años por parte de un primo, un tío y un amigo de la familia. Con 14 años, se quedó embarazada. El niño murió poco después de nacer. Entonces, Vernita decidió enviarla con su padre, Vernon, a Nashville. Nunca más volvió a casa.
Vernon era un padre estricto y la disciplina dio sus frutos. Oprah se graduó con honores, fue nombrada la chica más popular del instituto y ganó un concurso de belleza y otro de oratoria que le aseguró una beca para estudiar comunicación en la Universidad.
Su labia pronto llamó la atención de un programa de radio local que le dio su primera oportunidad. Luego presentó informativos y finalmente sublimó el arte del talk show en The Oprah Winfrey Show, que empezó a emitirse a nivel nacional en 1986 y batió récords de audiencia.
Las mieles del éxito
Lo que empezó como un formato sentimentaloide para amas de casa, se transformó en un espacio en el que lo mismo se hablada de espiritualidad y problemas sociales, como de geopolítica o economía. Todo aderezado con toneladas de glamour gracias a las celebrities que le confesaban a Oprah lo inconfesable.
Desde Michael Jackson –cuya entrevista vieron 36 millones de personas– hasta Barack Obama. Cualquiera que haya sido alguien en Hollywood y aledaños se ha sentado en su sofá. Y su imperio empezó a crecer: libros, una revista, un canal de televisión y otro de radio, una productora y hasta una nominación al Oscar por su papel en ‘El color púrpura’, de Steven Spielberg.
Su influencia en la opinión pública norteamericana era tal que, si Oprah hablaba de un libro en su Club de lectura, la obra se convertía en un superventas instantáneo. Era el llamado Efecto Oprah, ese ingrediente que, según la revista Time, la convirtió en «la mujer más influyente del mundo».
Su fortuna personal creció al mismo ritmo frenético. La afroamericana más rica del siglo XX y la primera multimillonaria negra de la historia, amasa un patrimonio estimado en 2.700 millones de dólares. Oprah es tan ostentosa, como espléndida. Sí, es dueña de ocho residencias, incluida una mansión en Montecito, (California), por la que pagó 51 millones de dólares en 2001.
Pero también es una destacada filántropa que ha donado más de 300 millones de dólares a distintas causas humanitarias y una jefa generosa que, para celebrar su 55 cumpleaños en 2009, invitó a un crucero por el Mediterráneo –con parada en Barcelona incluida– a 1.700 personas, entre amigos, empleados y sus familias.
Rumores, rumores
Pero su círculo íntimo es, en realidad, muy reducido. Oprah comparte su vida desde 1986 con un discreto hombre de negocios, Stedman Graham. La pareja estuvo comprometida, pero la boda, prevista para noviembre de 1992, nunca llegó a celebrarse y jamás hubo explicación oficial. Quizá por eso, las especulaciones siempre han empañado su relación.
“Es mi amor, mi amante, mi hombre y mi compañero”, zanjó Oprah en una entrevista en 2010. Pero quizá la relación más sólida de su vida es la que mantiene con su amiga Gayle King desde que ambas tenían 20 años. Su lazo es tan estrecho que los rumores sobre una relación sentimental entre ellas siempre han revoloteado a su alrededor.
En 2006, la presentadora salió al paso de las habladurías. “Entiendo que la gente piense que somos gais. No hay una definición en nuestra cultura para ese tipo de relación entre dos mujeres. Por eso, comprendo que la gente se pregunte: ‘¿Cómo pueden estar tan unidas sin que haya una relación sexual entre ellas?’. Yo lo he contado todo sobre mi vida. ¿Y la gente aún piensa que me avergonzaría admitir que soy gay? ¡Por favor!”.
Periodista vocacional
Y hasta aquí, la historia según la propia Oprah, que ha hecho de la confesión de pecados, miserias, adicciones, problemas con la báscula y hasta un intento de suicidio una fórmula de éxito arrollador. Obviamente, no es la única versión de los hechos. En concreto, la de la periodista Kitty Kelley, que publicó una biografía no autorizada de la presentadora en 2010, describe a Oprah como una mujer de personalidad fría y calculadora, que ha exagerado su historia y ocultado algunos pasajes oscuros de su vida.
Kelley se atrevió a negar en su libro los abusos sexuales y sugería, en cambio, que Oprah se prostituyó siendo aún una adolescente. También insinuó que mantuvo una relación sentimental con la presentadora Diane Sawyer y que, aunque su madre recibe cheques en blanco que dilapida comprando sombreros de 500 dólares, su relación es tan distante que ni siquiera tiene el número de teléfono de su propia hija.
Controversias aparte, nadie se atreve a negar la dimensión de una figura como la suya. Al fin y al cabo, la Oprah multimillonaria y todopoderosa es también la niña pobre y atormentada que, como una vez contó su abuela, se divertía entrevistando a muñecas hechas con mazorcas de maíz. Su historia es el paradigma del sueño americano. Y ese es, precisamente, el secreto de su éxito.
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